El sábado pasado murió mi gata Coco. Ella es la que aparece en la foto. Uno no sabe cuánto se
puede llegar a querer a un animal hasta que lo pierdes. Pasa igual con otras
cuestiones de la vida. Esta semana, como imaginaréis, la hemos echado de menos
y hasta algunas lágrimas han brotado de nuestros ojos, especialmente de los
preciosos ojos de mi amada esposa. Coco ha sido una gata realmente buena y
obediente, hasta el punto de que bromeábamos diciendo que parecía un perro en
su forma de hacer lo que le pedíamos. Llegó a casa recién nacida y han pasado
desde entonces aproximadamente diez años.
Dos semanas atrás comenzó a dejar de comer. No le dimos
importancia pues ya nos había hecho la misma jugarreta en otras ocasiones (era
bastante especial para eso de comer y nunca acababa con su cuenco de bolitas).
Fue adelgazando rápidamente y para cuando contactamos con un veterinario ya era
demasiado tarde. Se fue, literalmente, apagando ante nuestros ojos impotentes y
a nuestras palabras de cariño respondía moviendo su colita como muestra de que
aún nos reconocía y estimaba. La enterramos en el campo despidiéndonos de ella
por última vez. Coco ha dejado un hueco en nuestros corazones y en nuestra
casa. ¡Qué fea es la muerte!
No me extraña que esta sociedad trate de maquillar la muerte
para hacerla pasar inadvertida. ¡Vivamos viviendo como si la muerte no
existiera! Algunos hasta la festejan con sus tradiciones burlescas como Halloween. Muchos llaman a la muerte como ley de vida. La muerte nunca fue ley
de vida sino que la muerte es la ley del pecado. No fuimos creados para morir
sino para vivir. Nuestros pecados rompieron el pacto con el Creador y surgió la
muerte en el planeta Tierra. Mientras observaba a Coco reconocía que mi pecado
había causado ese trastorno en toda la creación. Todo muere por mis pecados y
los de toda la humanidad. Yo soy culpable y tú, querido lector, también.
"Dependiendo de cómo vives la vida afrontas la
muerte" era la frase que escuchaba desde niño a uno de mis pastores en la
Iglesia Evangélica. Hoy día sé que tenía toda la razón pues para el discípulo
de Cristo la muerte es simplemente una sirviente que le llevará a los brazos
amorosos de Jesús en el Cielo. El apóstol Pablo declara exultante estas
preguntas retóricas:
¿Dónde está, oh muerte, tu
aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? (1Corintios 15:55)
¿Miedo a la muerte? ¡No! Pero, ¿qué sienten las personas
ante tal insalvable escollo? Unos tratan de no pensar en ello, otros la
maquillan con filosofías humanistas y pseudoreligiosas, otros viven al borde de
la muerte por medio de intentar burlarla con sus temeridades acrobáticas porque
si se paran a pensar profundamente en el significado de la vida y la realidad
de la muerte saldrán del letargo que los tiene cegados. Muchos viven pensando
en que nunca darán cuentas a nadie por los hechos buenos o malos y sus
consecuencias. En esta vida muchos (demasiados) "se irán de rositas"
y la justicia no habrá pasado por ellos. Pero igual de cierto es que se toparán
ante el Tribunal de Dios y allí no habrá nada que decir a favor de aquellos que
consciente o inconscientemente han pasado de vivir de acuerdo al plan de Dios
para cada vida.
Lo triste es que aunque el mensaje amoroso y a la vez de
advertencia severa del evangelio sea oído por todos, no todos responderán
afirmativamente. El mensaje del evangelio nos manifiesta a un Dios que dio lo
mejor que tenía por amor a nosotros. Jesucristo sufrió el castigo que nuestros
delitos y pecados merecían. Él abrió una puerta de entrada para que pudiésemos
restablecer la amistad con Dios y de esta forma librarnos de la muerte eterna.
La muerte significa separación de Dios, por lo tanto, morir es estar alejado
por la eternidad de Dios y lamentando eternamente lo que pudo ser y no fue. La
muerte física solo es un síntoma de una verdad mayor: la separación eterna de
Dios. Yo no moriré eternamente pues Cristo me ha salvado eternamente y el
juicio que pendía sobre mí lo ha cancelado por amor al sacrificio que tuvo que
sufrir en la cruz. ¡Deseo ver cara a cara a mi Señor! La muerte, si Él no viene
antes, será mi vehículo para este glorioso fin.
Me ha surgido la oportunidad de asistir espiritualmente a
enfermos terminales en una fundación que se encarga de ofrecer cuidados
paliativos a estas personas que atraviesan sus últimos momentos. Espero, con la
ayuda de Dios, de servir de aliento y consuelo para estas personas tan
especiales. Por mucho que intentemos tapar la muerte estamos rodeados de ella.
Eso no quita que también se debe celebrar la vida pero conscientes de que no
podemos vivir la vida como nos venga en gana. Un día oí comentar a alguien muy
querido para mí lo diferente que era cuando alguien fallecía en una casa
habitada por cristianos de una habitada por no cristianos o cristianos de
nombre. No es lo mismo la desesperanza de creer que todo queda en la tumba, que
la esperanza plena de que un día disfrutaremos de las promesas de nuestro Dios
y que la muerte es un hasta luego.
Enséñanos de tal modo a contar
nuestros días, Que traigamos al corazón sabiduría. (Salmos 90:12)
La muerte es la ley del pecado.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
Esa es nuestra esperanza y por tanto nuestro descanso y sosiego.
ResponderEliminar