Tal vez podamos sentirnos orgullosos de que vivimos en una
sociedad donde el maltrato a las mujeres se condena. Digo tal vez porque lo
realmente denigrante para mujeres y hombres es que veamos cómo, desde el 1 de
enero hasta el 31 de diciembre de cada año, crece el número de maltratos, violaciones
y asesinatos en contra de las mujeres. La degradación va desde los insultos,
pasando por violencia física, hasta la muerte de la abusada. Hay algunos que no
pasaremos del menosprecio, hay otros que no pasaremos del insulto o la agresión
física pero, si seguimos la norma bíblica, lo tenemos bastante crudo.
Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. (Mateo 5:21-22)
Dios nos ve como príncipes y princesas, con toda su dignidad
y con todo el merecimiento de respeto. Estos derechos los tenemos todos los
seres humanos, no porque los hayamos inventado en un alarde de genialidad, sino
porque Dios los ha impuesto como reglas para el comportamiento de lo bueno y lo
malo en las relaciones humanas: Las relaciones entre hombre y mujeres. Saltarse
esas reglas trae los problemas aberrantes que todos conocemos. Todos somos
iguales delante de Dios, pero el problema es que las personas creemos muchas
veces que otros, en este caso las princesas, son de menor categoría.
Estoy convencido de que los príncipes no desean ser
princesas, ni las princesas quieren ser príncipes (excepto en casos de problemas
de personalidad). Cada cual está feliz en su rol y lo único a lo que se aspira
es, en mi humilde opinión, a obtener el respeto y admiración de los demás, es
decir, saber que mis iguales me aman como yo a ellos. Simple, pero verdad.
El caso es que seguimos tropezando en la misma piedra y no
encontramos la solución al gran conflicto entre príncipes y princesas… y no lo
hallaremos a menos que, como anoté antes, volvamos a respetar la ley de Dios. No
es necesario, delante de Dios, matar a nadie para ser condenado al infierno,
solamente con pensar mal del otro ya somos condenados. ¿Quién no ha caído en
esa simpleza? Si eres humano ¡bienvenido al club! Porque todos hemos hecho lo
malo ante los ojos de Dios: TODOS HEMOS PECADO. Todos nos hemos saltado a la
torera los mandamientos divinos y, por lo tanto, nos espera el juicio.
Dios puso Su conciencia en
nosotros para que nos advirtiera frente al mal que pudiésemos realizar. Si no
escuchas tu conciencia y la obedeces frenando la maldad, tu situación podría
llegar a sitios inimaginables. Recuerda que todo comienza con un mero pensamiento
y puede dar con tus huesos en la cárcel. El pecado nos parece al principio
dulce pero después que da fruto es amargura para el cuerpo y el corazón,
llegando a contaminar todo lo que nos rodea. Feo, muy feo.
La buena noticia para príncipes
pecadores y princesas pecadoras es el amor de Dios por nosotros, Su creación
especial. Ese amor se demostró por medio de Jesucristo pagando por nuestros
pecados en una cruz. El resultado es que muchos príncipes y princesas a través
de la historia fueron eso, príncipes y princesas que mostraron amor y respeto
por sus iguales porque se arrepintieron de sus pecados, reconociendo su
necesidad de que Dios tomase el mando de sus vidas y comenzaron a caminar de
acuerdo a la Voluntad Perfecta y Amorosa de Dios.
¿Príncipes, princesas o villanos?
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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