Siguiendo por nuestro periplo en
la historia de la llegada de Jesús al mundo nos encontramos ahora, después de
que el ángel Gabriel anunciará a María Su nacimiento, con que esta va a visitar
a Elisabet, su pariente, pues, me imagino, quería compartir esos momentos juntas.
Las dos habían recibido de parte de Dios el propósito más grande de sus vidas:
albergar en sus senos a Juan, el que prepararía el camino del Señor, y a Jesús,
el Salvador del mundo. Dos mujeres unidas por el evento más importante de la
historia de la humanidad. Prosigamos con la narración bíblica.
En aquellos días, levantándose
María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de
Zacarías, y saludó a Elisabet. Y aconteció que cuando oyó Elisabet la
salutación de María, la criatura saltó en su vientre; y Elisabet fue llena del
Espíritu Santo, y exclamó a gran voz, y dijo: Bendita tú entre las mujeres, y
bendito el fruto de tu vientre. ¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre
de mi Señor venga a mí? Porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a
mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Y bienaventurada la que
creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor.
Entonces
María dijo:
Engrandece mi alma al Señor; y mi
espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su
sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las
generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre,
Y su misericordia es de generación en generación a los que le temen. Hizo proezas con su brazo;
esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los
tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de
bienes, y a los ricos envió vacíos. Socorrió a Israel su siervo, acordándose de
la misericordia de la cual habló a nuestros padres, para con Abraham y su
descendencia para siempre.
Y se quedó María con ella como
tres meses; después se volvió a su casa. (Lucas 1:39-56)
Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso.
María, la elegida por Dios para
humanarse en Jesús, no perdió la perspectiva dentro del plan divino. Ella se
maravilló, se regocijó y elevó un canto de adoración al bondadoso propósito de
Dios para su vida. Vemos en sus declaraciones que anota a Dios todos los
méritos y ella simplemente es la herramienta usada por Él para tan excelsos fines.
Dios desea llenar de propósito nuestras vidas haciendo grandes cosas en
nosotros y por medio de nosotros.
En resumen, Dios tiene tres
propósitos para tu vida y la mía. El primero de los propósitos es que vuelvas a
Él y con este fin Jesucristo se humanó. La misión de Jesús fue ponerse en tu
lugar y sufrir el castigo penal que Dios requería de ti por haber pecado, es
decir, elegir vivir sin contar con Dios para nada. Jesús facilitó el regreso a
Dios por medio de Su sacrificio en la cruz por ti y por mí. Ahora ya no debes
temer al rechazo de Dios pues desea que te arrepientas de tus pecados y creas
con fe en Su Hijo como tu único Salvador y Señor.
El segundo propósito es que seas
de bendición para otros. Este propósito sublime de bendecir a los que te rodean
es porque Jesús quiere que compartas con todos las grandes cosas que Dios ha hecho en tu vida,
al igual que lo hizo María. Si es bueno para ti, seguro que para los demás
también. Y por último, el tercer propósito es tenerte junto a Él en el Cielo.
Dios está empeñado en llenar Su morada de personas como tú y como yo que se han
arrepentido de sus malos caminos y han puesto su esperanza en Jesús para vivir
el propósito de Dios en sus vidas.
Grandes cosas hace Dios.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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