Una gran cantidad de personas viven al margen de la Ley
establecida por Dios. Quizá, querido lector, te encuentres entre ellos. De esta
forma viví yo imponiendo mis propias leyes a la carta, según me convenía.
Queramos o no todos practicamos ciertas reglas o leyes que nos hacen actuar
bien o mal, según qué baremo. Para ti puede estar mal alguna actuación mía, y
viceversa, a mí me puede escandalizar alguna práctica tuya. Ahora bien, quién a
qué es la medida de la verdadera Ley, la que todos deberíamos cumplir. El apóstol
Pablo nos esclarece este punto en el siguiente párrafo extraído de la Biblia,
la Palabra de Dios para nosotros.
De hecho, cuando los gentiles, que no tienen la ley, cumplen por naturaleza lo que la ley exige, ellos son ley para sí mismos, aunque no tengan la ley. Éstos muestran que llevan escrito en el corazón lo que la ley exige, como lo atestigua su conciencia, pues sus propios pensamientos algunas veces los acusan y otras veces los excusan. Así sucederá el día en que, por medio de Jesucristo, Dios juzgará los secretos de toda persona, como lo declara mi evangelio. (Romanos 2:14-16)
Hay ocasiones en las que los seres humanos cumplimos con los
estándares de Dios, aunque lo hacemos involuntariamente porque esa Ley está
escrita en lo más profundo del corazón. La evidencia es que nuestras
conciencias nos acusan o dan la razón de la bondad o malicia de nuestras
acciones o intenciones. Con todo, nos justificamos acallando la conciencia
argumentando que somos buenos porque no hemos asesinado a nadie, no hemos
robado lo ajeno… en fin, no somos malos como el vecino. Seguramente no hayamos
llegado a hacer cosas aberrantes a los ojos humanos, pero a los ojos de Dios la
cuestión cambia.
Cambia y mucho, porque un día Jesucristo juzgará “los
secretos de toda persona”. ¿Por qué Jesucristo? Por la simple razón de que Él
es el baremo de la Ley divina. Él, y solo Él, cumplió a rajatabla con las altas
expectativas de la Ley de Dios. ¡No falló, o pecó, en ninguno de los puntos! Por
esta razón, además, Jesús es el espejo en el cual mirarse para saber si estamos
viviendo al margen de la Ley o nos guiamos por Ella. Quizá, solo quizá, seamos
buenos comparados con otros, pero comparados con Cristo no llegamos ni de
lejos. El pecado es más que matar o robar. El pecado también es mentir,
adulterar, creerse mejor que los demás, en definitiva, hacer todo aquello que
nuestra conciencia nos acusa haciéndonos sentir mal. La conciencia, bien usada,
es un freno natural que nos impide, en algunas contadas ocasiones, no llegar
más allá de nuestros deseos insanos. ¡Bendita conciencia!
A Dios gracias por Jesucristo que vivió dando ejemplo de lo
que podríamos llegar a ser. Jesús nos conoce y por eso ve nuestra incapacidad,
se compadece de nosotros y pone los medios para que podamos alcanzar el
estándar de Dios. El estándar de Dios está a los pies del sacrificio de Cristo
en la cruz. Cuando reconocemos que no damos la talla que Dios exige para ir al
Cielo y le buscamos de corazón, Él nos pide que nos arrepintamos de nuestros
pecados creyendo en Jesús. Por lo tanto, no es nuestra bondad, o hechos
bondadosos, lo que nos salva del infierno, sino creer en Jesús, quien nos puede
presentar ante Dios como buenos por Su sacrificio en favor nuestro.
Jesús es la Ley.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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