Ayer mantuve una conversación de circunstancias con la
enfermera que me atendía, de esas cuando no se sabe de qué hablar y por
amabilidad se habla de lo primero que se nos ocurre. La conversación fue sobre
el clima y el trabajo. Tópico típico, como en el ascensor. Me comentaba la
enfermera que ahora venía el calor y lo fastidioso que era trabajar en verano.
Lo cierto es que en la clínica estábamos tan agustito, como diría cierto personaje
de la farándula televisiva, que me sorprendió que se quejase del calor o el
frío.
¿Por qué lo normal es la queja y no el agradecimiento? Lo
cierto es que en muy pocas ocasiones me he encontrado con personas agradecidas.
Muchos no se dan cuenta de la buena vida que llevan y este síntoma muestra la
insatisfacción existente. Se está insatisfecho porque nada llena al punto de
satisfacer absolutamente. Todo termina cansando o hartando. La queja es la
respuesta al final de ese camino de intentar hallar algo que nos satisfaga de
verdad.
Teme, pues, a Dios y cumple sus mandamientos, porque esto es todo para el hombre. (Eclesiastés 12:13)
La actividad que cubre de forma integral todos los deseos
humanos está en Dios, respetándolo y obedeciendo Sus mandamientos. Esto es lo
que declara la Biblia en el texto que hemos leído antes. El todo es Dios porque
Dios es todo. Él es el Creador de todo lo que existe, por lo tanto, somos
creación Suya. De Él dependemos ya que preserva el universo para que funcione
como un reloj, beneficiando de esa forma a cada persona y ser vivo. Sin Dios en
el panorama humano nada tiene sentido, pues Él es todo.
Te parecerá radical o una tontería pero todo lo que
disfrutamos es porque Dios lo permite. Nuestra familia, los amigos, el trabajo,
el sol, el aire, los mares, una flor… Y Dios quiere disfrutar de nosotros por
eso quiere darnos todo. Nos puso en el universo para amarnos y tener intimidad
con cada uno, pero fallamos pecando y dándole la espalda. De tenerlo todo nos
quedamos sin nada y con una profunda insatisfacción.
Pero Dios nos ama con amor eterno y ahora ofrece una segunda
oportunidad a todos aquellos que deseen volver a casa, a Su casa. Jesucristo
abrió las puertas celestiales para que pudiésemos entrar por ellas y disfrutar
de total satisfacción al lado de quien lo es todo. El precio de la reconciliación
fue muy alto porque satisfacer a Dios es infinitamente costoso. Solamente Jesús
pudo llevar a cabo tamaña empresa y lo hizo con amor voluntarioso hacia
nosotros.
¿Deseas vivir satisfecho? Teme a Dios y obedece Sus
mandamientos. Cree en Jesús y arrepiéntete de tus pecados, de todos tus
pecados, para que te puedas beneficiar de la Gracia salvadora de Jesucristo, es
decir el favor que no merecemos pero que Dios lo da a espuertas porque su amor
es infinito y por todos.
Teme y obedece.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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