El comentarista introdujo la película alemana, que basada en
el Fausto de Goethe, dirigió el cineasta Friedrich W. Murnau en 1926. Nos enseñó
que Fausto fue una súper producción de la época de entre guerras en Europa. El gobierno
alemán estaba interesado en activar la industria en el país y una de ellas fue
la industria del cine. El argumento resumido es la lucha entre el bien y el mal
y las consecuencias de elegir el mal. El ángel, representación de Cristo,
entabla una conversación con Mefisto, representación de Satanás.
Mefisto pide permiso al Ángel para
demostrar que Fausto no es bueno y de esta forma quedarse con el dominio del
mundo. Dios acepta la prueba. Fausto cae ante Mefisto y sus seducciones y promesas,
decidiendo olvidar la Palabra de Dios y su fe en Él. Mefisto le da a Fausto el
don de la juventud y todos sus caprichos. Al final, por acortar el relato,
Fausto se da cuenta del error e intenta resolverlo en un alarde de heroísmo sacrificial
y muere junto a su amada en un acto de amor. La moraleja es que el amor vence
todo, incluso el mal.
Al final de la película asistimos
a un pequeño coloquio. Los que intervinieron mencionaron el amor, el mal, el
bien, Mefisto, Satanás, Murnau, Goethe, la música que disfrutamos en directo
por medio del pianista, el paralelismo con las circunstancias que vivimos hoy…
pero nadie mencionó el inició por el cual todo lo demás surgió: Dios.
El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. (1 Juan 4:8)
Me atrevo a anunciar que Goethe hizo
plagio. La historia la extrajo del libro de Job pero esta vez no ganó el amor
sino Dios, porque DIOS ES AMOR. Si entendemos el concepto de amor no es el
resultado de nuestra inteligencia, justicia, destreza, capacidad. No, por nada
de eso. El amor, Dios, se nos ha revelado en Jesús. Satanás reclamó el derecho
sobre el hombre porque cayó bajo su seducción pecado contra Dios. Maravillosamente
Dios no permitió que Su creación se fuera a hacer gárgaras y desplegó todo Su
arsenal de amor enviando a Su Hijo Jesucristo a rescatarnos pagando por
nuestros pecados en una cruz. Desde entonces cada vez que el diablo reclama su
derecho sobre la humanidad caída la sangre de Jesús es la firma que atestigua
que no el diablo no tiene ya ningún poder sobre aquellos que han decidido
voluntariamente reconocer sus pecados, arrepentirse de ellos ante Dios y creer
en Jesús.
¿Estás entre ellos?
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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