Año tras año el tiempo de adviento nos recuerda que somos seres
privilegiados. Si echamos un simple vistazo a nuestro alrededor encontramos que
la belleza nos rodea, belleza que en muchas ocasiones hemos afeado intentando
poner de nuestra parte. Además, aún podemos respirar oxígeno que nos posibilita
la vida, aunque en algunas ciudades ya cueste hasta respirar. En muchos lugares
se disfruta de libertad para decir y pensar, y la contrapartida es que en otros
tantos sitios se penaliza dicha libertad. A nuestros países considerados libres
ya está llegando a ser frágil la libertad por causa de los movimientos de gays
y lesbianas en su intento de imponer sus parámetros de pensamiento. No soy
profeta pero lo conseguirán. Lo cierto es que aunque privilegiados corrompemos
aquello que tocamos. Sí, adviento nos recuerda nuestros privilegios pero
también nos recuerda nuestras miserias.
Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. (Juan 1:9)
La última parte del versículo anterior nos recuerda que la
Luz verdadera vino a nosotros. Esta acción de Dios, por medio de Jesucristo
haciéndose carne, nos privilegia. Que Jesús habitase entre nosotros para alumbrarnos
apunta a nuestra ceguera. En el Edén tuvimos todos los privilegios que el
hombre jamás soñó pero se perdieron (los perdimos) por causa de nuestro pecado.
Al igual que nos estamos cargando todo lo bello de la creación de Dios
defenestramos a Dios de nuestras vidas por el hecho de desobedecerlo. Cristo
nos habla de que hay algo que arreglar con Dios para volver a ser seres
realmente privilegiados.
Ahora bien, el asunto que hay que arreglar entre tú y Dios
Jesús lo reparó muriendo en una cruz. Él pagó por ti y por mí porque nosotros
no podíamos haberlo hecho. Nuestros pecados han sido saldados y solo falta que
confiemos en que el sacrificio de Cristo es suficiente para salvarnos
eternamente. Querido lector, no tienes que hacer sacrificios pues Jesús ya los
hizo por ti; no tienes que adherirte a una religión se llame como se llame pues
el Cristianismo no es una religión, sino una relación íntima con Dios; no
tienes que guardar ritos neuróticos sino vivir como Jesús lo hizo, en
obediencia a Su Padre. Por lo tanto, solo arrepiéntete de tus pecados ante Dios
y ten fe (confía) en que Jesús, solo Jesús, te puede salvar.
Adviento es la Luz que vino.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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