sábado, 1 de marzo de 2014

Paco de Lucía

Todos hemos recibido la triste noticia del fallecimiento de Paco de Lucía. Se nos fue joven para las expectativas de vida que hoy podemos gozar. Él ha sido el más grande guitarrista flamenco de todos los tiempos y se alzan voces dudando de que pudiera nacer otro igual. Mark Knopfler, al oír tocar a Paco, dijo que se había dado cuenta de que no sabía tocar la guitarra. Todos nos quedábamos extasiados de su arte cuando lo veíamos sobre un escenario.


No fue gratuita su perfección guitarrística sino el sacrificio de muchas horas de trabajo desde la niñez al lado de su guitarra. Un coste demasiado alto si se quiere ser alguien en esta vida, y él lo pagó. Vivió una vida apartada de los focos y de la prensa barata porque solamente los más grandes son humildes. Puede parecer un tópico lo que acabo de afirmar pero esta clase de humildad testimoniaba la vida del maestro.


Paco de Lucía pasó a la eternidad y todos los comentarios, deseos y esperanza  para su viaje al más allá, como no podían ser de otra forma, son buenos. “Su destino es el Cielo, el lugar merecido para los buenos”, dicen. En momentos como estos todos se ponen de acuerdo para certificar que no podría ser de otra forma ya que la persona lo merece y el Cielo lo espera con los brazos abiertos.


Lo más lamentable de esta situación es que los mismos que desean enviar al Cielo a los fallecidos, el resto del año viven como si el Cielo no existiese. El Cielo, por lo tanto, se convierte en un pensamiento para “quedar bien” o “políticamente correcto”. ¡Nadie, en su sano juicio, mandaría al infierno a un ser querido! ¿Se cree realmente en lo que se expresa por la boca o se siente en un momento determinado? Respóndete a ti mismo, querido lector.


El Cielo es la morada eterna de Dios. Es Su Casa y como tal ha puesto unas normas para que puedas entrar en Su Hogar, el Cielo. Estas normas no tienen nada que ver con nuestros sentimientos, pareceres o creencias propias de quién es Dios y qué es el Cielo. Dios dicta los parámetros para acceder a Su Casa y realmente son sencillos, como podemos comprobar en Su Palabra, la Biblia.

Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. (Juan 1:12)

Dios Padre, por amor a nosotros, envío a Su Hijo a morir en una cruz debido a nuestros pecados cometidos voluntariamente contra la Ley divina. Este gran precio pagó Jesús para que pudiésemos acceder al Cielo y poder disfrutar nuevamente del propósito para el que fuimos creados: caminar junto a Dios. Por esto podemos decir que si el Cielo es la Casa de Dios y Cristo, Su Hijo, vino a salvarnos, tiene todo el derecho a limitar el acceso al mismo.


Para entrar al Cielo tienes que recibir a Jesús y creer en Su Nombre, es decir, recibir Su enseñanza, lo que vino a comunicarte,  y creer en Su obra, lo que vino a hacer por ti para que pudieras entrar a la morado celestial, junto al Padre. Te repito: para ingresar al Cielo debes hacer lo que Jesús te indique: recibirle y creer.


Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.
(Romanos 10:8b-9)

Confiesa tus pecados a Dios arrepintiéndote de ellos y declara que Jesús, el que Dios resucitó de entre los muertos,  es tu Señor. De esta forma saldrás de los vacíos convencionalismos y cuando te vayas de esta tierra, los que digan que te has ido al Cielo, ¡realmente estarán en lo cierto!


La diferencia entre uno con destino al Cielo y otro con destino al infierno estriba en quién dirige la vida. Si tu vida la diriges según tus parámetros no esperes ir al Cielo porque Dios es Juez Justo. Si tu vida la diriges según los parámetros de Jesús ten por seguro que irás al Cielo porque, igualmente, Dios es Juez Justo. La historia del ladrón en la cruz junto a Jesús ejemplifica lo que Dios hace con las personas que se arrepienten y creen con el intelecto y el corazón: se los lleva al Cielo en su momento.

Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso. (Lucas 23:39-43)

No hagas del Cielo un convencionalismo sino tu realidad.

¡QUE DIOS TE BENDIGA!

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