Hace bastantes años, no recuerdo por qué se puso de moda,
cuando se observaba a alguien vistiendo extraño, hablando raro, comportándose
fuera de lugar, o cualquier otra cosa que se salía de lo habitual, se le
preguntaba: “Y tú, ¿de qué tribu eres?”. De esta forma el que preguntaba dejaba
meridianamente claro que el friki, como hoy lo tildaríamos, no pertenecía a su
tribu. La cuestión es que en el mundo en que vivimos, “un lugar llamado mundo”,
como cita una marca publicitaria, hay tantas tribus como individuos. Y tú, ¿de
qué tribu eres?
Extrapolando el comentario anterior al mundo espiritual
también observamos que parece haber tantas religiones como humanos sobre la
tierra. Cada cual opina como le conviene, cada cual tiene su concepto de Dios,
cada cual tiene una religión a su imagen y semejanza, o lo que es lo mismo, cada
uno tiene una fe a su antojo, interés y conveniencia. Muy humano, por cierto. Conozco
a muchas personas en esta situación. A una de ellas le pregunté en una ocasión
en qué creía ya que rechazaba de pleno las creencias de los cristianos
evangélicos, entre los cuales yo me encuentro (es mi tribu). Él evadió la
pregunta y “no se mojó”.
Hace poco, la persona citada antes, compartió en facebook una
página web de estas que mezclan toda clase de creencias, experiencias, gurus,
espiritismo, vudú y vete tú a saber. ¡Había hasta buenos artículos con consejos
cristianos para el vivir diario! A esto se le llama sincretismo. El sincretismo
es un mercado donde todo el mundo compra los productos que le convienen: un
poco de meditación trascendental, yoga, pensamiento universal, karma,
satanismo, tarot, cristianismo, humanismo… después llegan a casa con este
batiburrillo de mezclas donde el efecto primero es un “lavado de cerebro”
integral y una gran “comedura de coco”. La religión de mi amigo es el
sincretismo donde todo vale con tal que me convenga. Sin compromisos, sin
ataduras, a la carta.
Todos, absolutamente todos, necesitamos pertenecer a una
tribu. Es más, todos pertenecemos a una tribu, por lo menos. Es por esto que no
podemos dejar de creer en algo por muy friki que sea nuestra creencia o nos
parezca la postura de los otros. Pero pertenecer a una tribu, pertenecemos. Todos,
absolutamente todos, atesoramos una escala de valores que nos dan seguridad y
nos conducen por este mundo. Aunque podamos estar errados nos aferramos a
nuestras escalas de valores como a un clavo ardiendo.
Soy cristiano porque creo en Cristo. Así de simple y así de
comprometedor. Sé que soy cristiano por los méritos de Cristo en la cruz y el
amor de Dios por mí. Yo no fui a ningún mercado a elegir los productos de mi
conveniencia, ni siquiera sabía cuáles me convendrían. Dios me encontró porque
Él quiso buscarme. Yo no hice nada porque fui y soy incapaz de hacer nada para
ganar la bendición de Dios. Soy lo que soy gracias a Su amor por mí. ¿Cómo
puedo estar seguro de lo que acabo de comentar? La Biblia me lo enseñó.
Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros. (Romanos 5:8)
Jesús dio su vida para rescatarme a pesar de que yo, antes
de conocer su amor, era su enemigo. Enemigo de Dios porque andaba alejado de
Él, haciendo mi voluntad (lo que me venía en gana), pecando contra todo lo
bueno que Dios estableció. ¿Qué religión, superchería, adivino y gurú te ofrece
este amor incondicional? ¡SOLO CRISTO! Solo Dios puede darle a tu vida el
verdadero sentido para el que fuiste creado: ser Su amigo. Las demás creencias
se quedan cortas pues son únicamente las elucubraciones de mentes limitadas
como la tuya o la mía. No te puedes salvar a ti mismo, no puedes ganar el favor
de Dios, no puedes imponer tus propias reglas, no puedes jugar con Dios.
Si quieres entrar al Cielo que Cristo ha prometido y ser
contado entre las tribus y naciones que un día estaremos frente a Él adorándolo
y agradeciéndole Su sacrificio por cada uno, anótate la siguiente receta: ARREPIÉNTETE
DE TUS PECADOS Y CREE EN JESUCRISTO COMO ÚNICO SEÑOR Y SALVADOR. Mi alegría con
este blog es compartir mi fe contigo, querido lector, y no me mueve nada más
que el amor y agradecimiento por Jesús, que lo ha dado todo por este pobre
pecador.
Hasta Jesús perteneció a una tribu, la tribu de Judá, una
tribu de reyes como David y Salomón. Él, como Rey, tiene todo el derecho a
gobernar nuestras vidas. Si no lo dejas que gobierne tu vida un día serás juzgado
como enemigo de Jesús, perdiendo todo derecho a ser perdonado. Medita en ello
seriamente pues te va la vida en ello. Cuídate de no ser contado entre las
siguientes tribus:
Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas,
los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su
parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda. (Apocalipsis
21:8)
Y tú, ¿de qué tribu eres?
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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