¡Esto merece la pena! ¡Por esto vale la pena vivir! Son frases
que solemos decir cuando hayamos algo que, o bien, ha sido beneficioso, o trae
identidad plena a nuestra existencia. La gente más satisfecha que conozco son
aquellos que aman lo que hacen. Por otra parte, he visto una mirada de
frustración en aquellos que han errado el tiro en sus vocaciones. Realmente todos
tenemos alegrías y frustraciones, buenas y malas elecciones, en fin, tinos y
desatinos.
La Biblia distingue a dos tipos de personas, el justo y el
impío. De aquí se desprende que no hay buenos en este mundo pues delante de
Dios solo hay justos e injustos, otra forma de definir a los impíos. ¿Quiénes
son los justos y quiénes son los impíos? Los justos son aquellos que viven para
lo que merece la pena y los impíos son los que viven para lo que no merece la
pena. Eso leemos en el siguiente proverbio:
La obra del justo es para vida; mas el fruto del impío es para pecado. (Proverbios 10:16)
El justo produce vida y el impío genera pecado. Eso suena
bastante disonante en una sociedad de lo “políticamente correcto”, como la
nuestra, en la que todos son buenos… hasta que se demuestre lo contrario. Entre
el justo y el impío no hay medias tintas, es decir, o eres justo o eres impío o
pecador, otra manera de designar a los impíos. Reconocer al justo y al impío es
una tarea sumamente fácil y la clave también la da la Biblia, la Palabra de
Dios: Así que, por
sus frutos los conoceréis (Mateo 7:20). Los frutos del justo
provienen de la obediencia a Dios y los frutos del impío emanan de sus propios
deseos.
A mi parecer queda claro que merece la pena vivir para
generar vida que para generar muerte, pecado. Dado que todos nacemos con el
estatus de impíos, ¿cómo alcanzar el estatus de justo que la Biblia plantea? La
respuesta es tan simple que no me extraña lo más mínimo que en un mundo donde
todo cuesta no sea ignorada. Ahí va la respuesta de todas formas: Para alcanzar
el estatus de justo tienes que CREER EN CRISTO. Nada más y nada menos. Si no
crees en Jesucristo seguirás siendo un impío y nunca serás contado entre los
justos, por lo tanto, el cielo te quedará muy lejos.
¿Qué fruto produces?
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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