Unos lo llaman progreso, estos, avance y aquellos,
modernidad a la forma que tiene la historia, por así decirlo, de crecer. Yo,
humildemente, creo que la historia es cíclica. Estamos inmersos en un bucle sin
fin donde las mismas situaciones se repiten y lo único que cambian son los
números del calendario. El interior de las personas sigue teniendo las mismas
necesidades físicas, síquicas y espirituales desde que Dios nos creó. Una de
las constantes del ser humano y su historia es la maldad. La maldad del ser
humano se hace patente hasta extremos superlativos y no hace falta dar ejemplos
de ello. Sí, el ser humano hace actos de extrema bondad pero hasta esa bondad
puede emanar del egoísmo.
Y comenzó Jonás a entrar por la ciudad, camino de un día, y predicaba diciendo: De aquí a cuarenta días Nínive será destruida. (Jonás 3:4)
A lo largo de la historia humana y, más concretamente, desde
que pecamos contra Dios, contraviniendo Su Ley, Él levantó voceros entre el
pueblo para advertencia de la destrucción que les sobrevendría debido a su
maldad. Uno de estos voceros fue Jonás, sí, al que se lo tragó un gran pez para
más tarde vomitarlo. La advertencia fue clara: ¡En cuarenta días seréis
destruidos! No por un capricho divino sino por el estado pecaminoso del pueblo.
Si Jonás se paseará por nuestras ciudades nos advertiría de lo mismo: La destrucción
viene.
Los ninivitas entendieron el mensaje arrepintiéndose y Dios
no aplicó el castigo que merecían. Querido amigo, aún Dios te sigue advirtiendo
sobre la destrucción que hay sobre ti por tus muchos pecados y, aún Dios está
dispuesto a retirar el castigo si te arrepientes de mente y corazón ante Él,
suplicándole que te perdone. Jesús vino a ser ese último profeta enviado por
Dios para, no sólo advertirnos de la condenación que pende sobre cada uno sino,
además, a traernos esperanza de perdón y salvación. La cruz que sufrió y Su
resurrección es la firma de ello.
¡Advertido quedas!
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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