Momentos antes Jesús les había enseñado que el único pecado que no se puede perdonar es la incredulidad. Esa es la conocida blasfemia contra el Espíritu Santo entre los cristianos. El Espíritu Santo tiene como una de Sus labores convencer a las personas de sus pecados y del juicio que pende sobre ellas si no se arrepienten a tiempo. Todos los que escuchaban a Jesús entendían perfectamente lo que les hablaba y conocían las terribles consecuencias personales de su incredulidad. No creer en Jesucristo tal como el Espíritu Santo les conducía a hacerlo, les acarrearía la nada deseada vida en el infierno por la eternidad.
Entonces respondieron algunos de los escribas y de los fariseos, diciendo: Maestro, deseamos ver de ti señal. (Mateo 12:38)
Tanto los escribas como los fariseos fueron como un chino en las sandalias de Jesús todo el tiempo de Su vida entre ellos. Sin lugar a dudas ellos fueron los más incrédulos, junto a los sacerdotes, en cuanto a la Persona y Obra de Jesús. Estas tres clases sociales más privilegiadas no creyeron que Jesucristo fuese, ni de lejos, el Mesías prometido por los profetas del Antiguo Testamento. Tergiversaron tanto las profecías que solo ansiaban un Mesías militar que les liberase de las hordas del imperio romano que los esclavizaban. Jesús les dice que la única señal que van a obtener de Él es la misma que vieron en Jonás (Mateo 12:39).
Al igual que Jonás estuvo tres días y tres noches en la barriga de un gran pez, asimismo Jesús pasaría tres días y tres noches en la tumba (Mateo 12:40). Jesús cumplió esta señal, pero los que la demandaban siguieron aferrados a la incredulidad. Ante tal sin razón de la mente humana Dios se aleja de Sus criaturas y las deja libres para que hagan con sus vidas lo que quieran. Los incrédulos se cavan su tumba porque han decidido conscientemente no creer. Jesús murió en una cruz y resucitó de la muerte para salvar a todos aquellos que crean que solo Él puede perdonar sus pecados y reconciliarlos con Dios. Si sigues siendo incrédulo ante las señales de Jesús te quitas toda opción de salvarte de la muerte eterna en el infierno por decisión propia. Arrepiéntete de tus pecados y cree en Jesús. Todavía estás a tiempo.
La incredulidad te mata.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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