¿Quién no se ha sentido atraído por los cambiantes colores
del camaleón? Cuando niño los observaba en su intento de camuflarse con el
medio en el que se hallaban y era sorprendente la rapidez con la que mudaban su
piel áspera en otra tonalidad. Siempre respetábamos, por así decirlo, una norma
para no causarle ningún mal al camaleón, a saber: NO EXPONERLO AL COLOR ROJO.
Si por algún descuido o travesura le mostrábamos algo rojo al susodicho
camaleoncito, su pequeño cuerpo se hincharía hasta que, en el momento más
inesperado, estallaría como un globo en una fiesta de cumpleaños. Por supuesto,
nunca transgredimos tan alta ley, por amor al camaleón y a no llenarnos de
sangre la ropa. Otro asunto eran los lindos gatitos, perritos, pajaritos y
demás “itos” que caían inocentemente en nuestras fauces, pues eran objeto de
nuestros experimentos más osados ¡Pobres-itos! Otro día abarcaré el
interesantísimo tema de los ojos del camaleón, y es que ¿a quién no le gustaría
poder ver su programa favorito al mismo tiempo que lee a Calderón de la Barca? Lo
cierto es que a nadie se le ocurrió crear una asociación pro defensa de los derechos
del camaleón. El éxito hubiese estado garantizado.
En cierto modo todos tenemos dotes camaleónicas. Imagínate a
Adán y Eva en el huerto después de haber pecado contra Dios, ¿qué es lo primero
que se les ocurre? Poner en práctica por primera vez, en la historia de la
humanidad, las dotes camaleónicas. La Biblia lo cuenta así:
Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. (Génesis 3:7-8)
El primer efecto del pecado fue la vergüenza: se vieron desnudos
y se taparon. ¡Qué pronto aprendieron de Satanás! Él les sedujo para revelarse
contra Dios camuflándose, como un camaleón, de serpiente astuta.
Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? (Génesis 3:1)
Si Adán y Eva fueron los primeros humanos en mostrar
destreza camaleónica, el diablo fue el primer ser en la historia en exhibir
esas dotes que la Biblia muestra en sus diferentes formas.
El segundo efecto del pecado fue esconderse: escucharon a
Dios y se refugiaron en la maleza. Imitando a los diestros camaleones quisieron
confundirse entre los árboles del lugar.
Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. (Génesis 3:8)
Pero Dios, que anda a la luz del día, sin nada que ocultar, los
llama y les pregunta:
Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?
(Génesis 3:9)
La primera consecuencia del pecado en nuestras vidas es la
vergüenza, la segunda es esconderse y la tercera miedo.
Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque
estaba desnudo; y me escondí. (Génesis 3:10)
Una cuarta consecuencia del pecado es culpar al otro: ¡Yo
nunca tengo la culpa!
Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has
comido del árbol de que yo te mandé no comieses? Y el hombre respondió: La
mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí. Entonces Jehová
Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me
engañó, y comí. (Génesis 3:11-13)
La quinta consecuencia del pecado es la maldición de la
muerte: todo se haría de forma fatigosa y al final todo había de morir.
Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me
dio del árbol, y yo comí. Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que
has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engañó, y comí. Y Jehová Dios dijo
a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias
y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás
todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu
simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el
calcañar. A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus
preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él
se enseñoreará de ti. Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu
mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita
será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu
vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor
de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste
tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás. Y llamó Adán el nombre de su
mujer, Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes. (Génesis 3:12-20)
La sexta consecuencia del pecado del hombre es la muerte de
un inocente.
Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles,
y los vistió. (Génesis 3:21)
Dios mató ante sus ojos a un animal para proveer protección
al ser humano. Esta fue la primera muerte en la historia humana.
La séptima consecuencia del pecado es la separación de Dios:
Sus beneficios ya no están a nuestro alcance.
Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de
nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y
tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre. Y lo sacó
Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó,
pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una
espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida. (Génesis
3:22-24)
Después del pecado el hombre no pudo hacer nada para
salvarse y conseguir el perdón de Dios. Sin embargo Dios proveyó una salida
para nosotros por medio del sacrificio del inocente. En la maldición a la
serpiente está implícita la promesa de un Salvador: Jesucristo.
Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar. (Génesis 3:15)
La serpiente heriría a Jesús en un sitio curable pero Cristo
aplastaría la cabeza de la serpiente hasta matarla.
En resumen, el pecado nos trajo vergüenza, un deseo de
escondernos de Dios, miedo a las consecuencias, tendencia a culpar a los demás
de nuestros malos actos, la desalentadora muerte, que un inocente deba pagar
por nuestros agravios y por último, y más importante, la separación de Dios y
Sus bendiciones.
La buena noticia es que el pecado y sus efectos sobre
nosotros tienen cura. Tus pecados, como los míos, pueden ser perdonados. Cristo
fue el inocente que Dios sacrificó por amor a cada uno de nosotros para proveer
auxilio a nuestro estado calamitoso. Cree en Cristo y serás salvo, arrepiéntete
de tus pecados y el Padre te recibirá como a Su hijo de pleno derecho. Ya no
será necesario usar las dotes camaleónicas para acallar la conciencia o
esconderse de tus responsabilidades hacia Dios. La religión no será más un
disfraz sino que te ampararás en una nueva relación con Cristo. Te quitarás la
piel descolorida de la falsa ciencia que te está apartando de tu Creador, el
Dios Vivo. Pasarás de muerte a vida y serás eternamente salvo. Esa es la
promesa de Dios.
Si continuas aferrándote a tus dotes camaleónicas para esconder tu pecado estás en
peligro grave. Un día estarás ante el juicio de Dios y ya no habrá ningún sitio
que te sirva para esconderte ni ningún razonamiento válido para convencerle de
por qué no creíste cuando tuviste la oportunidad.
No juegues al escondite con Dios.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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