Muchos viven amontonando. Amontonan títulos, riquezas,
hobbies, influencias, premios, reconocimientos… En fin, logros para asegurarse
de que la vida que han vivido aquí no esté carente de propósito personal. Todo
eso no es malo en sí mismo. Lo preocupante es que alguna cuestión mencionada se
convierta en el eje de la vida. Vives para lo que amas, aunque ese amor sea
irracional e incontrolable. Por ejemplo, si eres un trabajador que no pones
límites en tu actividad profesional te conviertes en un trabajólico, o lo que
es lo mismo, un adicto al trabajo. Es paradójico, aquello que amontonas se
convierte en tu enfermedad. El ser humano no fue creado para amontonar.
A los que descuidan su aseo personal y amontonan basura se
les diagnostica con el síndrome de Diógenes. Miramos a los que padecen esta
enfermedad y los compadecemos pero muchos hacemos lo mismo… de otra forma… y
puede llegar a oler peor. ¿Qué amontonamos que apesta tanto? Amor al dinero,
egolatría, lascivia, postureo… ¡PECADO! No le demos más vueltas. Olemos mal por
el montón de pecado que amontonamos diariamente. Pecas contra ti mismo, contra
tu igual y contra Dios. Toneladas de pecado se hallan sobre tus hombros y no te
dejan caminar con libertad.
Vengan ahora. Vamos a resolver este asunto —dice el SEÑOR—. Aunque sus pecados sean como la escarlata, yo los haré tan blancos como la nieve. Aunque sean rojos como el carmesí, yo los haré tan blancos como la lana. (Isaías 1:18)
Dios mismo ha buscado la salida para nuestro síndrome de
Diógenes particular. Por medio de Jesucristo nos regala la posibilidad de
limpiar la oscuridad del pecado amontonado durante nuestra vida pasada,
presente y futura. El sacrificio de Jesús en la cruz ha hecho posible el
milagro de purificar nuestras vidas. Ahora solo tienes que creer esta verdad.
Así de simple, así de sencillo. Tu hediondez putrefacta se trasformará en
fragancia embriagadora para ti, los que te rodean, y sobre todo, para Dios.
¿Necesitas perfumarte?
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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