Nos están invadiendo los virus… o nos están invadiendo de
virus… ¿? Sin ser conspiranoico, la cuestión tiene su yo qué sé, qué se yo… Desde
las pestes que asolaron el mundo; desde la gripe española, el sida, la gripe
aviar hasta llegar al coronavirus todas estas pestilencias han mermado a muchos
y han privilegiado a otros tantos. Los ciudadanos de a pie se contaminan y los
potentados se lucran. Siempre ha sido así desde un poco después que el mundo es
mundo. No quiero quitarle su importancia al asunto pero es mi intención
resaltar el beneficio que reporta a otros el miedo que infunden propagando la
exageración.
…inventores de males... (Romanos 1:30)
Un día, Dios, ajusticiará a todos aquellos que han inventado
males con la determinación de infundir el terror, acelerar la muerte, cambiar el
sexo natural por aberraciones o cualquier otro extravío que nos lleve a la
oscuridad. Lo creamos o no hay muchos que se han “especializado” en “jorobarle”
la vida a los que tienen a su lado y viven por y para causar daño. No son
enfermos mentales, no han tenido una infancia deplorable ni nada que se le
parezca. Simplemente tienen un corazón inclinado entusiásticamente al mal. Hasta
en sus camas traman las fechorías que acometerán al despertar, diría el
salmista. Pero no se irán de rositas. Hay una justicia superior.
Quizá, ante personas de ese calado maligno, pensemos que
nosotros somos buenos. Nada más lejano de la verdad. Tu corazón y el mío están
impregnados por el mismo virus que los inventores de males, es más, ¿cuántas
veces hemos maquinado para vengarnos y hasta nuestras camas han sido el testigo
mudo de pensamientos malvados? Nos inoculamos el virus del pecado desde el Edén
y nos causó la muerte. Una muerte segura. Del coronavirus te puedes librar pero
de la muerte por tu pecado, ¡no!
Tranquilo, tienes esperanza. El antídoto existe y está al alcance
de tu mano. Con el objetivo de amortiguar los efectos de la muerte vino
Jesucristo a nosotros. Él sufrió nuestra enfermedad mortal por el efecto del
pecado, en una cruz. Él, que jamás pecó, pagó la multa que ocasionó tu pecado y
el mío. Ahora nuestro virus se convierte en un leve resfriado si caminas con
Jesús, en comparación con la virulencia que nos llevaría al infierno sin
acercarnos a Él. Hoy te juegas mucho: salud eterna o enfermedad eterna. Cree en
Jesucristo y arrepiéntete de tus pecados y comienza a vivir de acuerdo a la
salud de Reino de Dios, dejando la salud quebradiza, y hasta interesada que te
ofrece el reino de este mundo.
Cristo, el único antídoto.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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